10/03/67
___(??) sólo la mente indolente no estaría a la altura del desafío de un acertijo. ¿No es extraño que el más grande de los grandes de la Tierra sea aquel que nunca nació ni vivió, como usted y yo entendemos el término, en este mundo secular? Podría decir no sólo él sino que podría usar el plural, ellos, que nunca nacieron mortales. Pero esta noche nos limitaremos al más grande de los grandes de la tierra, el que es adorado por todos y que realmente nunca nació mortal. Entonces ¿quién es él? Un acertijo, tal como se define en el diccionario, es “un objeto o persona misterioso; aquello que es difícil de entender”. También es “tamiz; separar la paja del trigo; o para criar ___(??)”.
Entonces, ¿quién es este más grande entre los grandes de la tierra que nunca nació mortal? En lo que a mí respecta, Jesucristo. Ese es el más grande de los grandes de la tierra. Creo que tú y yo estaríamos de acuerdo en que no lo hiciste... es decir, sé que no lo hice; tal vez pienses que sí... Sé que no elegí el entorno en el que me encontré al nacer. Pero rápidamente me ajusté a todo lo que encontré allí, en esa sección del espacio/tiempo, los hábitos, las costumbres, la religión, las doctrinas en las que me encontraba. Así que aquí encontramos al mundo entero adaptándose al entorno en el que se encuentran al nacer. Si son honestos consigo mismos, no eligieron ese entorno; se encontraron allí. Entonces aquí, Dios Padre me colocó, los colocó a ustedes, en esa época particular más adecuada para el trabajo que estaba haciendo sobre sí mismo en nosotros, ese yo en nosotros; porque estaba muy dispuesto y preparado para aceptar todas las consecuencias de este confuso mundo suyo, con todos sus enredos y enigmas. Esto lo hizo y lo tomó en Jesucristo en nosotros. Jesucristo es su poder, es su sabiduría, su propio poder enterrado en nosotros. Ahora aquí recurrimos a las Escrituras: “Él cegó sus ojos y endureció su corazón, para que no vean con los ojos ni perciban con el corazón, y se conviertan y sean salvos” (Juan 12:40). Allí él, el Señor Dios, como nos dice en el capítulo 6 de Isaías, cegó mis ojos, endureció mi corazón, para que no me convirtiera y fuera salvo (versículo 10).